Séptimo dolor: El Entierro de Jesús
Sin la menor compañía
con su soledad total,
reseco su lagrimal
de tanto llorar. Venía
por el Calvario María
vacilante, temblorosa,
asustada, temerosa,
a solas con su dolor,
con el amargo sabor
de su angustia pesarosa.
Sin nada se había quedado,
aquello que más quería
y que era cuanto tenía
quedó por siempre enterrado
en el sepulcro encalado
entre blancuras de estreno.
Allí quedó el hijo bueno,
allí quedó su ilusión,
su vida, su corazón,
allí quedó el Nazareno.
Y ahora para siempre sola,
se pensaba y se decía.
Sin esperanza, vacía
como una ola sin playa,
como amapola sin barbecho
y sin trigal. La noche sacrifical,
llenóse por la Calzada
de Avemarías salpicadas
de espumas blancas de sal.
Eran rezos marineros,
eran rezos de la mar
que se fueron a mezclar
con rezares bodegueros.
Eran rezos tesoneros
de fieles arrumbadores
y de nobles pescadores
que a golpes de Avemaría
proclamaban a María
su Madre de los Dolores.
Desde entonces, Soledad,
no eres sola ni vacía
de ninguna compañía,
porque aquí en la Trinidad,
en la estrecha intimidad
de credos y de fervores
están tus hijos mejores
tu dolor acompañando.
Sanlúcar te está rezando,
Señora de los Dolores.
Francisco del Castillo Tellería
Pregón de los Dolores 1990
Autor de la Fotografía: Álvaro Velázquez Díaz