miércoles, 20 de marzo de 2013

Séptimo día del Septenario



Séptimo dolor: El Entierro de Jesús



Sin la menor compañía

con su soledad total,

reseco su lagrimal

de tanto llorar. Venía

por el Calvario María

vacilante, temblorosa,

asustada, temerosa,

a solas con su dolor,

con el amargo sabor

de su angustia pesarosa.


Sin nada se había quedado,

aquello que más quería

y que era cuanto tenía

quedó por siempre enterrado

en el sepulcro encalado

entre blancuras de estreno.

Allí quedó el hijo bueno,

allí quedó su ilusión,

su vida, su corazón,

allí quedó el Nazareno.



Y ahora para siempre sola,

se pensaba y se decía.

Sin esperanza, vacía

como una ola sin playa,

como amapola sin barbecho

y sin trigal. La noche sacrifical,

llenóse por la Calzada

de Avemarías salpicadas

de espumas blancas de sal.



Eran rezos marineros,

eran rezos de la mar

que se fueron a mezclar

con rezares bodegueros.

Eran rezos tesoneros

de fieles arrumbadores

y de nobles pescadores

que a golpes de Avemaría

proclamaban a María

su Madre de los Dolores.



Desde entonces, Soledad,

no eres sola ni vacía

de ninguna compañía,

porque aquí en la Trinidad,

en la estrecha intimidad

de credos y de fervores

están tus hijos mejores

tu dolor acompañando.

Sanlúcar te está rezando,

Señora de los Dolores.

 

Francisco del Castillo Tellería

Pregón de los Dolores 1990


 Autor de la Fotografía: Álvaro Velázquez Díaz